Hace
unos días, sentados en la mesa de camilla, mi esposa y yo, veíamos como una
abogada acusaba a la hermana del rey; las
preguntas, muchas de ellas, relacionadas con la administración
doméstica: de cómo se pagaban las facturas, de cómo se utilizaban las tarjetas,
de qué manera había abonado algunos viajes, si sabía si las tatas de
los niños estaban o no dadas de alta, de como les pagaba, de la declaración de la renta, etc.,
etc., aquello duró casi media hora, escuchar, era llorar.
Apagamos la tele, nos miramos, le pregunto, “oye, ¿conoces la macroeconomía de la casa?”, ella
lleva la micro, los gastos del día a día, su respuesta, “¿yo?, ¡¡que voy a
saber!!, me fío de ti”, manda cojones, me quedé frío, soy un Urdangarín, ella una Cristina, un sudor frío me recorre la espalda, ¿y si nos
llama Hacienda?; nos vimos en la sala de justicia, allí, los dos juntos ante el juez o jueza, sin tener a un fiscal Horrach que nos defienda, sin poder
pagar un abogado defensor que es Padre de la Constitución, (sin
comentarios), por cierto ¿quién paga a este abogado tan caro?;
mi esposa, que me vio desencajado, me dice con la claridad de ideas que le acompaña, “calla, puñetero pensionista, que va a querer hacienda de nosotros,
bastante hacemos ayudando a los hijos en lo que podemos”, le hice caso, continué con la novela de temática negra que tenia sobre la mesa. Menudo susto.