La paloma, en esto, viéndose de súbito a salvo, se remontó
y gritó en mitad del cielo, con una voz tan fuerte que nadie hubiese dicho que
era de paloma:
-¡Viva el águi…
Mas no pudo acabar el grito.
No pudo, porque el águila, que por milagro no había visto a
la paloma, manjar mucho más tierno, en oyéndola, soltó al buitre en el aire y
se comió el grito de la paloma y la paloma entera, menos unas plumas, que con
muchas del coriáceo y maloliente buitre fueron una a una cayendo sobre la
cabeza de este pobre fabulista que te los cuenta, y que te dice:
- Cuando alguien poderoso,
noble o innoble, persiga a tu perseguidor y lo desplume, nunca te imagines que
la despluma por ti, por socorrerte a ti, no te entusiasmes, ni te creas en el
caso de agradecérselo de viva voz. No, tonto. Lo mejor que puedes hacer
entonces es callarte el pico y huir mas que nunca el bulto. Porque nunca siente
el águila más hambre de carne de paloma que cuando, contra su sempiterna
costumbre, come por necesidad carne de buitre.
Tomás Meabe
(*) Fábulas del Errabundo.
Madrid, Ediciones Leviatán 1935.
Este narración ha sido extraído de una recopilación titulada. “La narrativa breve socialista en España”
Antología (1890-1936) sus autores Luis Arias González y Francisco de Luís
Martín.