Hace
unos días presencié la representación en Granada de una comedia de Moliere, un Clásico del Siglo de
Oro Francés, su personaje principal –Tartufo- es un hombre hipócrita, mojigato, listo, rastrero,
confiado en su habilidad para engañar a los demás mediante su conducta
hipócrita, fingiendo rasgos de piedad y ascetismo con lo que intenta adueñarse de los
bienes de su benefactor (Orgón).
Tras ver la obra, escrita en el 1664, ¿cómo es posible que esté tan vigente?; los Tartufos actuales están por todas partes, solo basta mirar a nuestro alrededor, son miles
y algunos no están muy lejos, políticos, analistas, periodistas, empresarios, compañeros de trabajo, en todas las profesiones hay Tartufos, incluso en las familias y, ya que estamos metidos en elecciones, no debemos de
olvidarnos de aquellos que nos hablan de lo bueno que es determinada coalición
política (solo es buena para sus intereses), igualmente aquellos que nos hablan de honestidad, de
civismo, de lucha ¿contra la corrupción?, son muchos los Tartufos que hay que desenmascarar, su mal es universal y muy extendido, ¿podemos hacerlo?, si, se puede, solo basta querer, en la obra, ese ser ladino, hipócrita e indeseable es desenmascarado.
La integridad del hombre se mide por su
conducta, no por su profesión.