En estos momentos
en los que no se quiere ver a ningún inmigrante salvo aquellos que traigan 160.000€
que se les podría dar la tarjeta de
residencia o venga a hacer turismo, vaya este artículo que publicó Rosa
Montero en el País allá por el año 2005, aún la burbuja no había estallado, estaba a punto:
“Estamos en el comedor estudiantil de una
universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su
bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una
mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse
para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro,
probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está
comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y
agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no
está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del
europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la
comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros
ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle
amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A
continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la
mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el
chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan
paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del
yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas
educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas
por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un
café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo
colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico
esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles
que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores.
A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con
condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o
corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía
ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente
educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué
chiflados están los europeos".”
Publicado en ElPaís el 17 MAY 2005