Cuatro salvajes, de cuatro
tribus enemigas, entraron en una cueva persiguiendo, cada cual por su parte, a
un corzo; al querer salir, les cerró el paso un tigre. Escarbaba, llenaba el
suelo con los ojos, se ovillaba, centelleante…
Y al fin dio un
prodigiosos salto.
- ¡Defendedme! -dijo uno
de los salvajes, agonizando en las garras de la fiera.
- ¡Defiéndete tú, que a ti
te come! – respondían entre dientes los otros.
- ¡Defendedme! – dijo otro
salvaje, al verse a su vez para morir.
- ¡Defiéndete tu! Respondían
trémulos los otros, esperando que la fiera se saciase ya.
- ¡Defiéndeme! – Dijo el
tercer salvaje, echando chorros de sangre por el cuerpo.
- ¡Defiéndete tu!
- ¡Defendedme! – gritó el
último salvaje, al verse solo ante la sanguinaria fiera.
Nadie respondió. Hubo un
silencio grande. Entonces el último salvaje comprendió que, en estos casos,
defender a los demás es defenderse a si mismo. Pero ya era tarde.
Cuando un tirano quiera
matar a una persona, todos los demás sean de tribu o del partido que sean, si
quieren defenderse a tiempo, deben defenderle.
Si no, lo que les queda de
vida vivirán como salvajes, temblando siempre, nunca seguros de la injusticia.
Y morirán de mala manera,
comprendiendo tarde, como el último salvaje.
Tomás Meabe **
* ”Fábulas de
Errabundo”. Madrid Ediciones Leviatán 1935.
** Tomás Meabe: (Bilbao
1879, Madrid 1915)