Los poderosos
saben muy bien que la gente empobrecida, parada y excluida, solo tiene en la
cabeza sobrevivir y pensar como se las arreglará para comer caliente al día
siguiente. No es su preocupación fundamental la de aprender y formarse, sino la
de encontrar un jornal, aunque sea de unas horas y por unos euros. No es la
reclamación de seguros sociales, ni siquiera la de una educación en condiciones
para sus hijos, sino como los podrá calzar y vestir.
Eso lo saben bien
los y las poderosas. A cambio ofrecen televisión embrutecedora, esperanza
religiosa y competitividad, es decir competición entre los excluidos para ver
quien hace méritos para salir como sea del hoyo y así poder consumir más,
emular a base de falsificaciones sus marcas de ropa y comprar coches usados,
pero rápidos y con potentes altavoces.
El neoliberalismo
ha cambiado la vida y la cultura en los barrios y ha dado una nueva esperanza,
la del consumo a tu nivel y la de admirar a pedorras y pedorros soeces, pero
que siendo incultos, triunfan. La solución es vender y venderse. Saben que su
mensaje ha calado y encima que les oprimen, explotan y controlan, muchas y
muchos les votan, porque las derechas, los señoritos, necesitan mano de obra y
los socioliberales (antiguos socialdemocrátas) hablan un lenguaje que no
entienden y sacan unas señoras con pinta de marquesas ha hablar de economía,
demostrándoles de esta forma efectiva que ellos no les preocupan. Les preocupan
los mercados y los bancos.