Crisis Económica, 1º de Mayo, Elecciones, Manifiestos, etc., ante estas situaciones, llevo algún tiempo escuchando de forma cotidiana hablar de sinceridad o de su falta y sobre todo a muchas personas definirse como apolíticos; en consecuencia he querido dedicarle unos minutos de reflexión y búsqueda de sus significados.
No voy a negar que ser sincero es una virtud e incluso tiene valor, pero no olvidemos que es algo subjetivo, hay que saber administrarla; he escuchado sinceridades que me han aterrado por ello me encuentro más próximo a aquellos que manifiestan: “La sinceridad es el pasaporte de la mala educación” frase que ha sido achacada a Jardiel Poncela o como decía Oscar Wilde “ Un poco de sinceridad es algo peligroso; demasiada, es absolutamente fatal”. Aún recuerdo la sinceridad brutal de aquel médico que le dijo a mi madre, cuyo marido había fallecido dos meses antes, que tenia cáncer, después de tanta sinceridad entró en una terrible depresión que le duró más de 20 años hasta que falleció.
El otro tema es que en estos momentos muchos ciudadanos se definen apolíticos, pero basta escucharlos y no es difícil de ubicarlos. He encontrado en la red, un escrito de Osvaldo Barone, escritor, periodista y docente Argentino que define perfectamente a estos apolíticos, dice:
“El ciudadano apolítico es político y todavía más que el político. Pero no lo reconoce, o lo que es peor: no lo sabe.
Habla con desprecio de los políticos; y aún más de quienes están en funciones públicas. Y proclama que ningún gobierno le dio nada y que es más lo que le quitan. Es proclive a creer en cualquier dicho o rumor que descalifique a un gobernante o lo acuse de corrupto.
El ciudadano apolítico repite frases como que “los que no trabajan es porque no quieren”. “Los sindicalistas son una manga de ladrones”. o ” Aquí lo que hace falta es disciplina”.(Extrañamente recuerda a menudo a dictadores) esta frase es mía. Y no entiende que haya que esclarecer tragedias del pasado. El ciudadano apolítico se horroriza más por la inseguridad que por el origen social que la provoca. Se aterra más ante un delincuente de piel oscura que ante uno rubio. Aún siendo él de piel morena. Podría aplaudir un linchamiento sin juez, solo por sospechar del ajusticiado. Reniega de los fallos que no condenen a cadena perpetua y desprecia a los abogados defensores. Le atraen los líderes episódicos que enfrentan al poder público con rigor cívico; así como los líderes populares le parecen ramplones.
Cree en Dios, pero descree de quienes creen en otros dioses, o no creen. Pregona no tener prejuicios contra nadie salvo contra los que se los merecen.
Piensa que hay demasiada inmigración; que no es la apropiada. Considera también inapropiados a los homosexuales, travestis y prostitutas. Sólo sale a la calle cíclicamente por arrebatos que él llama espontáneos, aunque se auto-convoque con intención por cadena de Internet o por teléfono. Nunca esos arrebatos expresan demandas laborales y nunca coinciden con los trabajadores.”
Siente placer en demostrar descontento público. Y que esa demostración luzca diferente a las otras marchas de gente heterogénea y desordenada a la que traen de cualquier parte. Por eso protesta por el barrio; para que al lado suyo estén otros como él: no distintos.
Cree no estar ideologizado: no comprende que su apoliticismo es ya una ideología. Solo sabe quienes son los enemigos: llevan la marca en la frente: siempre hablan de la desigualdad y la pobreza. Está seguro que el país sería mejor sin políticos, sin vagos , sin delincuentes, y sin razas indeseables. Pero no explica cómo lo conseguiría y quien estaría a cargo del diseño. Acaso imagina un gran gerente nórdico, y un gabinete de técnicos impolutos que gobernaran con una mascarilla.
El ciudadano apolítico presume estar en una posición neutra en el centro perfecto. Pero está a la derecha”.
¿Pero que puedo pensar del apolítico, cuando considero que la política está en cada cosa de la vida cotidiana?.
Líbreme de encontrarme con un sincero y un apolítico juntos en uno, huiría como si fuera el demonio.