En el post anterior hablaba del movimiento Freegan, en este, el giro es copernicano en cuanto a que trataré de aquellos que van al cubo de la basura más por necesidad que por planteamientos políticos.
Antes de la crisis financiera de 2008 había unos 900 millones de personas hambrientas. La catástrofe alimentaria posterior añadió otros 80 millones, las razones principales que se aducían eran las malas cosechas de pasados años, la demanda de países emergentes y una tercera: LA ESPECULACIÓN.
Una nueva forma de ganar dinero son los llamados fondos de inversión libre en la que los especuladores “compran títulos en los mercados de futuros de materias primas (cereales) para diversificar las inversiones, sin tener la intención real de adquirir las mercancías” manifestaciones realizadas por expertos de Naciones Unidas.
La elevación del precio de estos productos de primera necesidad como son el trigo, el maíz, el pescado supone que en el mundo, llamado, subdesarrollado mueran seres humanos, empezado por las personas mayores y niños y donde la malnutrición se multiplica de forma exponencial.
Mientras tanto que ocurre en el mundo “civilizado”, pongamos, por proximidad, nuestro país, España. Según fuentes de la ONG Solidaridad, en las viviendas españolas se tiran cada año a los contenedores la nada despreciable cantidad de 6.860 millones de euros en comida todavía en buen estado.
Aunque no existen estadísticas oficiales, sobre la cantidad de comida que se vierte a los basureros, se estima que el 20% de los alimentos frescos ofrecidos por restaurantes y grandes superficies acaban en los contenedores en perfectas condiciones para ser consumidos.
El Departamento de Sociología de la Universidad de Oviedo sostiene que a los españoles nos faltan dos cualidades básicas para no desperdiciar: aprovechar los restos de comida y tener tiempo para hacerlo correctamente. Dicen desde la Universidad “Nos resulta más sencillo tirar la comida que reutilizarla para elaborar otros platos”.
En una sociedad opulenta hay que gastar, el bombardeo de ofertas es constante y nos hacen creer que con ello ahorramos como dice la asociación de consumidores Facua, “con las ofertas de 3x2 acabas comprando más de la cuentas, pagas tres cuando solo necesitas una, generalmente, las otras dos van a la basura”. De echo, una décima parte de los 646,5 Kilos de alimentos que cada español compra al año viaja en buen estado a la basura. Esto sucede en el mismo país en el que más de 1,5 millones de personas pasan hambre, según datos de la Federación Española de Bancos de Alimentos.
Las cifras que ofrecemos de España son abrumadoras, pero son discretas si las comparamos con Estados Unidos y Gran Bretaña. En el primero, la comida desperdiciada aumenta hasta un 40% según la Universidad de Arizona, mientras que en Gran Bretaña se sitúa entre el 20% y 30%.
El valor de lo que despilfarramos en los países desarrollados adquiere más valor cuando se le relaciones con la lacra del hambre. Sólo con el pan que las familias británicas desechan cada año, 30 millones de personas malnutridas podrían aliviar su hambre (fuente: The Guardia). De los 45 millones de toneladas que se desechan en los Estados Unidos, el país más rico del mundo, bastaría solo 1’8 millones para que sus 30 millones de ciudadanos que pasan hambre dejaran de hacerlo (fuente: ONG Food Not Bombs).
De los alimentos desechados por España (10%) que suponen unos 2’9 millones de toneladas darían de comer a la mitad de la población de Somalia durante un año, lo que Gran Bretaña desecha lo podría hacer con toda la población de Guinea (8’6 millones de habitantes), Estados Unidos alimentaría a toda la población Etiope (73 millones de habitantes).
Cada vez son más las personas en el mundo que pasan hambre, la ayuda internacional a estos países ha bajado en un 22%, siendo los más cicateros Estados Unidos y la Unión Europea, lugar donde se encuentran los especulares y los causantes de que estas situaciones se mantengan, en tanto que el Fondo Monetario Internacional y BM Banco Mundial se limitan a dar recetas que nadie cumple, en tanto que los ciudadanos que podemos comer todos los días no somos conscientes de lo que ocurre un poco más allá cuando tiramos a la basura ese yogurt que no nos gusta o esa leche que está a punto de caducar o aquella chacina que no nos ha terminado de gustar.