Los libros son portadores de conocimiento, historias y
emociones que trascienden generaciones. Tirarlos es despreciar no solo el papel
en que están impresos, sino también el tiempo, la creatividad y la sabiduría
que contienen. Por eso, muchos optan por una alternativa más noble: dejarlos en
el parque.
Dejar un libro en un banco, al pie de un árbol o sobre
una mesa de picnic es un acto silencioso de generosidad. Es confiar en que otro
lo encontrará, lo abrirá con curiosidad y descubrirá en sus páginas algo
valioso. Los parques, lugares de encuentro y calma, se convierten así en
bibliotecas espontáneas, donde las letras circulan libres, sin dueños fijos.
Este gesto no solo evita el desperdicio, también
fomenta el amor por la lectura. Un niño que encuentra un cuento olvidado puede
enamorarse de los libros para siempre. Un adulto, al toparse con una novela
inesperada, puede hallar consuelo, inspiración o simple entretenimiento.
En una época de consumo desmedido, rescatar los libros
del olvido es una forma sencilla y poderosa de cuidar la cultura y compartirla.
Porque los libros no se desechan: se donan, se pasan de mano en mano, y a
veces, simplemente, se dejan en el parque.