martes, 17 de mayo de 2016

"ESA ANESTESIA LLAMADA FÚTBOL". Mario Benedetti


Tenía guardado este artículo que es una obra de arte de Benedetti hablando de política y fútbol, aprovechando el fin de la liga Española y el comienzo de la campaña electoral lo publico, aunque es un poco extenso.

          “Con un inesperado vaivén, el puntero elude al defensa e inicia una corrida hacia el centro, el entreala aprovecha la distracción y acompaña la carga desde la punta; otro defensa vacila y al final decide vigilar al entre ala; entonces el puntero amaga un pase, alerta de ese modo los reflejos condicionados de dos o tres contrarios, se hamaca otra vez, e imprevistamente lanza la pelota a un ángulo; pero el golero curado de espanto, avispado como un radar, alcanza a pellizcar aquella envenenadísima intención y la saca al corner.  En las tribunas a medida que la jugada progresa, la gente se va incorporando, poniéndose tensa, para estallar finalmente  en un alarido estremecedor.
          ¿Cuál es el secreto impulso de esa reacción colectiva? ¿Se trata únicamente de un salvaje estallido o hay también una extraña asunción de la posible belleza, del innegable interés humano, incluidos en ese juego de escamoteo y fortaleza, de agilidad e inventiva, de elusiones casi intelectuales y trancadas demasiado corpóreas?  Tal vez haya de todo un poco.  Por algo el fútbol ha interesado a todas las capas sociales, y es quizás el único nivel de nuestra vida ciudadana en que el acaudalado vicepresidente de directorio no tiene a mal hermanarse en el alarido con el paria social.
            Algún día habrá que estudiar la estrecha relación existente entre la institucionalidad del fútbol como deporte nacional y su contemporaneidad con el apogeo de nuestra democracia liberal  Por algo ambos deportes (fútbol y democracia) han decaído simultáneamente, no sólo en cuanto se refiere a la habilidad de sus cultores, sino también en el entusiasmo público.  Cada vez hay menos jugadas geniales en el Estadio; cada vez hay más trancadas desleales en la política.  Es descreimiento popular afecta hoy a ambos órdenes, y si el público sigue concurriendo a la Olímpica y al cuarto secreto, es más por un hábito que por convicción expresa.
            Hace mucho que el deporte tiene entre nosotros, el significado de una anestesia colectiva.  Tal vez no haya habido premeditación, pero lo cierto es que a los poderosos este frenesí popular, este barbitúrico social, les vino al pelo.  El fervor de sábados y domingos es estupendo por varias razones, entre otras porque sirve para olvidar las incumplidas promesas de los jerarcas, la injusticia y las componendas del resto de la semana.  Sirve también para canalizar la violencia (desde el punto de vista de la empresa privada y otros religiones del Mundo Libre, siempre es preferible que la gente se la agarre con el árbitro y no con el oligarca o el latifundista) y canalizarla de modo tal, que no vaya a conmover las estructuras ni a amenazar los dividendos. Para decirlo en términos futboleros:  una violencia que tiene permiso para rozar el travesaño pero que obligatoriamente debe salir desviada.
          Por otra parte, el fútbol se inscribe cómodamente en el mentiroso símbolo de nuestras gloriosas igualdades.  Allí no hay privilegiados: todos (el senador, el industrial, el empleado, el obrero, el menor inadaptado) posan democráticamente sus respectivas regiones glúteas sobre el duro cemento igualador.  Todos gritan el gol, todos denuncian el orsai, todos agravian al juez. Cuando suena la pitada final, el entusiasmo forma coros, bate parches, sube al cielo.  Nadie percibe que, a partir de aquella pitada, las distancias sociales han sido restablecidas.  Eufórico, enronquecido y amnésico, el obrero vuelve a su casa colgado del 143; también el senador vuelve a su confort carrasqueño, pero lo hace en el impresionante colachata, cuya privilegiada adquisición él mismo se votó.  Después de aquella inofensiva, brevísima igualdad de 105 minutos, todo vuelve a la normal, consagrada injusticia.
          Pero el pueblo queda exhausto, desahogado, vacío.  Su voz, enronquecida por los goles, los penales errados, las expulsiones injustas, ya no está para reclamar reformas agrarias, cambios de estructura, justicia social.  La cuota de agresividad se le agotó en sus diatribas a los jueces linesmen, y es muy poca la que le queda para renegar de quienes realmente lo explotan, lo engañan, lo estafan, en rubros por cierto más graves que un penal no cobrado. Su capacidad de denunciar se gastó en los controvertidos orsais y ya no le queda ánimo para marcar a los responsables de menos inocentes infracciones. El político con su extraña y sórdida lucidez que da la demagogia, ve claramente el sentido usufructuable de esas fatigas y las remata convirtiéndose él mismo en dirigente deportivo.
              Hay quien dice que ahora va poca gente al fútbol.  ¿Será buena o mala señal?  Parece que ya no alcanzan el incentivo de la tarde de sol, el interés de los puntos en pugna, el presumible brillo de las “vedettes”, el amenazado título de invicto.  Todavía es prematuro extraer conclusiones.  El deporte, como tal, es el gran inocente de esta historia.  Sería realmente saludable que el pueblo practicara y presenciara el fútbol como distensión, como higiene física y mental, como entretenimiento.  No es en cambio tan saludable que lo practique o lo presencie como principal razón de su vida, como el sólo orgullo nacional, como única válvula de escape, sucedánea de más plausibles tomas de conciencia.  El cándido, inocente fútbol no tiene la culpa de que los líderes nacionales lo haya promovido más y mejor que al subversivo Reglamento Provisorio de 1815.  De todos modos, no es muy estimulante pensar que la misma gente que hoy asume la más violenta defensa de Peñarol o de Nacional no sea sin embargo capaz de indignarse cuando nuestros prohombres fabrican sus privilegios, o cuando el Tío Sam inspira las aquiescencias de nuestros consejeros y agravia nuestra economía con medidas de estilo colonial.  Es posible que muchos (el fútbol tiene su buena red de intereses creados) consideren que hablar en estos términos configura un sacrilegio de esa cultura física.  Pero en realidad nuestra intención es más modesta.  En un momento en que la crisis golpea cada vez más fuerte, la desocupación extiende su vigencia, la corrupción invade nuevas zonas y el gobierno parece cada vez más incapaz y atomizado; en este instante de desgraciado y confuso que vive el país, el pueblo debe prestar a cada tema la atención que se merece, la importancia que realmente tiene.  Dentro de ese panorama, el fútbol no parece ser el tema más urgente.
(Publicado en el diario Época, 20 de octubre de 1964)

jueves, 12 de mayo de 2016

¡¡QUE PAÍS!!



              En estos días se homenajea al diario “El País” por su 40 aniversario.

         Recuerdo con orgullo aquellos primeros números bajo el brazo, era el principio de una democracia que todavía no estaba asentada, así se demostró un poco más tarde  con el golpe militar. Muchos nos sentíamos más libres leyendo sus páginas y, en cierta manera, apoyando esa incipiente democracia; hoy, más listos o mucho más viejos, sabemos que aquella democracia tenía/tiene muchas lagunas y que ese diario ha ido diluyendo su independencia como un azucarillo.

         He podido leer una frase de una bloguera “contando los sesenta” que, parece haber vivido algunos de los malos momentos del diario, lo define como:


“Cuando se homenajea a quien explota y se olvida a quien ayuda se está eligiendo un modo de vida.”   

           No se puede decir mejor los momentos por los que pasa el diario, lo siento por las magníficas plumas que en él escriben como Juan José Millás, Javier Marías, Rosa Montero, Elvira Lindo o Josep Ramoneda, me imagino que pensarán que hay que comer todos los días y que la cosa no está como para dejar de cobrar a fin de mes. Así está el país y El País. 

sábado, 7 de mayo de 2016

¡¡JODER CON LOS ALEMANES!!


He llegado mu malito de Alemania por eso no se si soy muy objetivo pero, me repito, ¡¡coño con los alemanes!!, pese a lo poco que los conocía ya me producían cierto picazón, ahora que los conozco en su lugar de origen, no es que me pique, es que me han hecho heridas. Como trato de ser una persona ecuánime, todos los alemanes no son iguales, los alemanes de Berlín parece ser de otra pasta, al menos fueron amables y trataban de ponerse en nuestro lugar de desconocimiento más absoluto tratando de ayudarnos en lo que podían.


        En la otra Alemania, en la de los bordes, lo primero que te jode, es que te cobren entre 0’50 y 0’70€ por ir a mear tanto seas hombre o mujer, ahí no hay diferencias, imagínate, entre la edad de uno y las cervezas que tienen que ser a partir de medio litro, las meadas como turista te cuestan un pico al día, te cobran tanto por lo que entra como por lo que sale. Luego viene la amabilidad Alemana, no sé dónde la tendrán, si es que la tienen, seguro que es donde las avispas.

      En este viaje he aprendido la diferencia entre subvención y compensación, subvención la recibimos los países pobres: España, Italia, Grecia, la compensación la reciben ellos, los alemanes, ¿se puede ser más hijo de puta?.

         Sinceramente, creo que Alemania no está preparada para recibir al turismo, salvo que seas japonés y compres coches de alta gama, esto lo reconocen los mismos guías alemanes que nos han acompañado, menudas instalaciones tiene la BMW, el PIB Español cabe en esa instalación comercial.


         ¡¡Joder con Alemania!!, estoy que me muero, el tiempo que nos ha hecho tanto en Dresde – Núremberg – Heidelberg y por último en Múnich, es para no volver más, nos ha granizado, llovido y nevado como si el mundo se fuera a acabar, así mi cuerpo está con una pata más p’alla que p’aca; espero estar bueno para dentro de unos días, me voy al Mediterráneo Catalán. Creo que mi salud puede estar quebrantada no solo por lo anterior, también por el peso de la historia, ver el muro, el barrio judío o la ciudad de Núremberg donde se celebraron los famosos juicios y donde el gran asesino daba sus mítines y organizaba sus megalómanos desfiles, por eso no entiendo como estos alemanes que son los que mandan en Europa hacen lo que están haciendo, vuelvo a decir ¡¡Joder con los alemanes!!, que pronto han olvidado, aunque no sorprende, habiendo sido Alemania destruida tras la II Guerra Mundial, la ve uno hoy y parece que tienen mil años de antigüedad, es una manera de esconder la cabeza bajo el ala aprovechando la tecnología en la construcción.    

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