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Una Cruz en la Plaza de Bibarrambla, al fondo torre de la Catedral |
El pasado
año, ya realice una entrada sobre esta temática, la titulé: DÍA DE LA CRUZ: RITOS Y MITOS, al igual que este año, el día tres de Mayo celebramos
esta fiesta, sobre la que a continuación voy a tratar, pero en esta ocasión dando
un breve paseo por su historia.
El día de la Cruz es una fiesta de
jolgorio y desenfreno primaveral, con un discurrir de toda la ciudad hacia los
barrios populares tradicionales, Albaicín
principalmente, y con un espacio público protagonista, la calle, la plaza, el patio
abierto a todos. Es la fiesta, además, una
sola tarde-noche, pues la mañana es laborable, lo que no se transgrede ni
por asomo.
Recurramos a la
historia. El Concilio de Nicea es clave
para interpretar la evolución del cristianismo y del significado emblemático de
la cruz, ocurrió a instancia de Constantino, con su intención era dejar en
claro la neta diferenciación entre el Padre y el Hijo. La Iglesia afirma en
Nicea la esperanza de la resurrección, de la cual es signo preciso el
Crucificado, muerto para redimir a la Humanidad.
La Cruz se ha ido forjando como símbolo
cristiano que de abanderar las cruzadas antipaganas se ha fijado finalmente
como icono y excusa de la fiesta popular, en un universo ya absolutamente
semantizado como el de finales del siglo XVIII. Este carácter de fiesta
primaveral se asentó e incluso se incrementó a lo largo del XIX. Que el origen general de la Cruz de Mayo esté
en las fiestas paganas precristianas de fertilización del mundo viviente
parece algo absolutamente claro después de que los eruditos folcloristas
decimonónicos, empleando ríos de tinta, lo mostrasen.
No obstante, en Andalucía Oriental, la presencia islámica atenuó esta
presencia paganizante, posiblemente por la cualidad iconoclasta del Islam; de
ahí que en este territorio hubo de ser trasplantada tras la reconquista. Recordemos que una
institución de lo más antifestivo como la Inquisición
era una de las más interesadas en extender el culto de la cruz.
Durante la Guerra incivil, estando Granada en la zona «nacional», esta
fiesta como tantas otras donde lo grotesco-popular tenía una presencia
estimable, fue prohibida. Al parecer la prohibición pudo haber sido obra
personal del entonces arzobispo de Granada cardenal Parrado. Pasados los años
más duros de la dictadura, el
entonces delegado de Turismo, Antonio Gallego Morell, junto con
otras personas públicas de la ciudad, se propone la revitalización de la
fiesta. La política festiva de la dictadura giraba entre las ceremonias
historicistas y el folclore; las primeras ligadas a actos de exaltación
religiosa y nacionalista, y el segundo a las organizaciones encuadradoras del
ocio -Sección Femenina y Educación y Descanso, principalmente. Posteriormente
el llamado “turismo de pandereta” hizo renacer la fiesta bajo la cobertura del “tipismo”.
A
partir de los años 80, la propia
evolución urbana de Granada ha añadido nuevos factores a la sociología de la
fiesta. Las cruces han dejado de ser un
fenómeno de sociabilidad cuasi rural dentro de la ciudad, para convertirse en
un fenómeno de sociabilidad típicamente urbana: las cruces son construidas hoy
día en buena medida por bares, peñas deportivas, asociaciones de vecinos, etc. La ritualidad tradicional, que incluía
la sociabilidad y las tensiones grupales ha sido sustituida por una
sociabilidad (¿?), que a pesar de las asociaciones citadas, se debate entre la soledad individual y la
masa anónima. En los barrios antiguos aún permanecen restos de la fiesta
tradicional con una función cada vez más residual.